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martes, 18 de agosto de 2015

Que entendemos por un buen caballo?


Genética, físico, amplitud de movimientos y buen carácter son las principales cualidades que buscamos a la hora de elegir un caballo. Si además está dotado para la disciplina hípica a la que vamos a destinarlo, el resultado será óptimo. No debemos olvidar que el buen caballo nace y se hace.
Enumerar las cualidades que ha de poseer un caballo para que sea considerado “bueno” es tarea difícil, ya que varían según la disciplina hípica a que vaya a ser destinado. La Doma Clásica considerará como cualidades esenciales la capacidad de concentración, distinción y armonía de movimientos, En endurance serán prioritarias ligereza y resistencia, mientras para Saltos será preferible una conformación más atlética, un buen tono muscular y, lo más importante, orígenes contrastados. En hipódromo, origen para que galope, corazón para que gane y pulmón para que aguante el ritmo. En Doma Vaquera, manejabilidad, sometimiento y respuesta.
En Completo, que sea bueno de sangre, valiente y se mueva bien. Un jinete de paseo deseará “buen pie” o que no tropiece, por lo que preferirá algo de elevaciones, carácter tranquilo y que no se asuste de nada.
Al especializarse las disciplinas hípicas, los orígenes resultan esenciales, de forma que no se concibe aspirar a algo “bueno” si no tiene orígenes contrastados. En alta competición, el origen lo es todo. No obstante, existen rasgos comunes que están presentes en casi todos los buenos caballos y que deberían ser tenidos en cuenta por jinetes, compradores o criadores.
En síntesis, ante un caballo encontramos un físico, un plano psíquico y una influencia del hombre. A pesar del viejo adagio “Los hombres tenemos cuerpo, los animales son cuerpo”, lo que más define a un caballo es su perfil psíquico o “animalidad”, que coloquialmente se llama personalidad o “cabeza”. El físico es necesario, pero no suficiente. Es lo primero que entra por los ojos, pero el cuerpo no lo es todo. Al igual que la alzada, el exceso no es un “premium”, pero el defecto puede suponer una seria limitación.
Sentimientos y emociones:
La interferencia humana se produce desde la infancia del potrillo, pasando por una doma y una puesta en competición en mejores o peores manos. La influencia humana desarrolla y hace crecer la confianza del caballo en sí mismo, o bien lo desconfía y hace temeroso y poco útil; a la larga, es definitiva y marcará el alcance deportivo del caballo.
Dentro del plano psíquico, desechemos la mala voluntad o mala cabeza, el exceso de temperamento o un caballo demasiado caliente, linfático o vago. Busquemos en cambio la inteligencia, que es una cualidad y no un defecto, la voluntad de colaboración o generosidad, el valor y la nobleza; sensibilidad y temperamento en su justo equilibrio. El exceso de sensibilidad hace al caballo más cuidadoso, pero más difícil para jinetes inexpertos. La falta de sensibilidad dificulta la doma y resta prestaciones deportivas. En este apartado entran los sentimientos y emociones del caballo. Los caballos también sienten.
El verdadero amor por el caballo se demuestra consiguiendo que salga todos los días. Los sentimientos afectan al plano deportivo, ya que cuando están contentos rinden mucho más. El trabajo en el campo y el escenario variado son esenciales porque les dan alegría. Las clases de debutantes y el trabajo repetitivo y monótono los deprime.
La “clase” es un concepto difícil, enraizado con sensibilidad, sangre y orígenes, aunque se aplique muchas veces para definir la valía o calidad del caballo. Clase quiere decir “categoría” o “distinción” y está relacionada con el ejército, oficiales y “clase” de tropa. Creemos que es más claro hablar del físico por un lado, por otro del carácter, de los movimientos por otro, orígenes o genética por otro… en resumen, de la calidad del caballo.

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